Cada vez la veíamos más triste y baja de ánimo
Sus antiguas amigas hicieron nuevas amistades en sus nuevos institutos o colegios, y dejaron de llamarla
Soy una madre que luchará hasta el final por su hija, cuya adolescencia se ha visto truncada por la ideología de género.
Año 2019, fiestas de final de curso del colegio. Vi disfrutar a mi hija bailando y cantando con sus amigas en la verbena, muy emocionadas a ratos porque el curso siguiente (1º de ESO) tendrían que separarse, ya que sus amigas se cambiarían del colegio a un instituto.
Llegó septiembre y empezó el nuevo curso. En la clase de mi hija solamente se quedaron cinco niñas del curso anterior (nunca pensé que se fueran a ir tantas). Es cuando mi hija empezó a encontrarse sola. Sus antiguas amigas hicieron nuevas amistades en sus nuevos institutos o colegios, y dejaron de llamarla. Hablé con su tutor y le conté que me preocupaba su vida social, ya que no encajaba con las compañeras que se habían quedado, pero nada se arregló.
En marzo de 2020 llegaron el coronavirus y el confinamiento. Yo la vi contenta, le gustaban las clases on-line. Decía que así no tenía que aguantar a los chicos de su clase, que eran muy gamberros. Como muchísimos niños durante la pandemia, mi hija se encerró en su cuarto y accedió al mundo virtual. Empezó a leer historias en la plataforma on-line Wattpad y a escribir sus propios relatos (no lo hace nada mal). También empezó a ver anime y manga, y yo no encontré ningún peligro en ello. Más tarde me enteré de que es como una seña de identidad de los niños que entran en el proceso de cambio y dudas que estaba experimentando mi hija.
Porque verdaderamente algo estaba cambiando. Uno de los primeros días que salimos a la calle tras el confinamiento, me pidió una bandera arco iris, le expliqué lo que significaba y le pregunté si ella era homosexual, y me respondió que no. Pasaron los días y poco a poco encontraba más señales de que se había acercado al mundo LGTBI. No tiene nada de malo, pero sinceramente no entendía nada, ¡si nunca había dado señales de ello!
Fueron pasando los meses y mi hija fue conociendo gente a través de las redes sociales, y poco a poco empezó a salir más. En su mayoría eran niñas (según me contaba ella) que tenían algún tipo de problema, habían sufrido bullying, problemas de socialización etc. Mi hija siempre fue muy empática con las personas que sufren y sensible a las injusticias. El resultado fue que todas juntas se hicieron fuertes en sus dificultades, dentro de un grupo en el que todas se aceptaban como eran.
Poco a poco se fueron haciendo más radicales en sus posturas, que acabaron tomando tintes de ideología. Empezaron a odiar a otros grupos que, según su manera de ver, les hacían daño con su sola existencia. Mi hija empezó incluso a tener miedo, miedo y hasta terror, de pasar por ciertas zonas de la ciudad donde los chavales se reúnen habitualmente. Así porque sí.
Pasó el verano de 2020 y empezó el nuevo curso. Llegaron a clase nuevas niñas. Al principio parecía que mi hija estaba a gusto con ellas, pero la cosa no fraguó. Empezó a llamarse con un chico y comenzó a salir con él, y la verdad es que me llevé una alegría. Un día me dijo que quería presentármelo.
Cuál fue mi sorpresa cuando lo vi. Era una niña. Al poco tiempo, en un viaje en el que empezamos a discutir, nos dijo que se sentía chico y que quería que la llamásemos con pronombres masculinos. Ahí fue cuando verdaderamente nos dimos cuenta de que lo que hasta entonces eran preocupaciones claras pero dispersas sobre nuestra hija, se había convertido en un problema serio.
Cada vez la veíamos más triste y baja de ánimo. Dejó de arreglarse como lo había hecho siempre, como cualquier niña, y de presumir y jugar y bailar delante del espejo. Su forma de vestir cambió radicalmente: siempre con pantalones y de la forma más masculina posible, cuando hasta ese mismo verano incluso me cogía las faldas de mi armario. Al ver todos estos cambios tan radicales, decidí llevarla a un orientador o coach para que hablase con ella y le ayudase a aumentar un poco la autoestima. Me pareció mejor opción que un psicólogo para que no creyese que estábamos patologizando su estado.
En noviembre descubrí una fotografía en sus redes sociales en la que enseñaba cómo se había autolesionado con cortes en los brazos. El coach me dijo que esto lo debería llevar un psiquiatra, y aquí empezó nuestro peregrinaje en busca de profesionales no afirmativos, es decir, profesionales que no la reafirmasen a priori y gratuitamente en lo que ella cree que es, sin indagar antes por qué llegó a esa conclusión y por qué se siente tan mal con su cuerpo.
Alguno de esos psiquiatras no quiso llevar el caso (¿tendrá algo que ver con la futura Ley Trans, que criminalizará a los profesionales que indaguen sobre los deseos repentinos de cambio de sexo en los adolescentes?). Otro psiquiatra reafirmó a mi hija en sus deseos, sin conocer sus antecedentes y situación y aun siendo ella menor de edad, e incluso le dijo que podía hormonarse a los 16 años, cuando ella ni siquiera sabía todavía qué era eso. Menuda caja de Pandora nos abrió ese gran profesional.
Un día, a través de una historia de Instagram de una amiga mía, descubrí la cuenta de una chica que había detransicionado, es decir, que previamente había dado el paso de hormonarse para hacerse hombre y ahora se arrepentía y daba marcha atrás. Y comprendí que todo esto era una moda, en la que los niños más vulnerables caían, y mayoritariamente las niñas. Niñas a las que no les gusta su cuerpo y que no se aceptan debido a una autoestima bajo mínimos; niñas que, tras autoidentificarse como trans, caían en depresiones, autolesiones, etc…
A través de esta chica detransicionadora, conocí la asociación Amanda. Llamé, y me acogieron inmediatamente. Descubrí que la similitud de los casos era increíble, aprendí lo que era la DGIR, la disforia de género de inicio rápido. Nunca antes había oído hablar de esto y cómo a través de las redes sociales, colegios y grupos de amistades, los niños se autoconvencían de que sus males se curarían siendo personas del sexo contrario. Ahora mi hija tiene 15 años y va a un psicólogo que trata sus problemas de autoaceptación y sus posibles traumas anteriores. Nosotros, por nuestra parte, le damos todo el amor que necesita para resolver su conflicto y para que se desarrolle con normalidad como una niña de su edad. Como la niña que, durante toda su infancia, siempre había demostrado ser sin ningún tipo de duda.