Cuando llegó la pandemia de Covid y el confinamiento, las horas que dedicaba a estas redes sociales aumentaron drásticamente
Al mismo tiempo empezó a tener ataques de ansiedad, ataques de pánico, empeoró mucho de su depresión
Desde que nació fue una niña muy alegre y expresiva, inteligente y despistada, inquieta y algo peculiar. También muy querida, nuestra primera hija. Habíamos pensado su nombre y preparado sus cosas durante meses con ilusión. Cuando vimos su carita por vez primera supimos que ese sería el primer día de nuestra nueva vida: ser papás.
Los primeros tres años fueron pasando felices, nació su hermano, empezó el colegio...
Pero allí comenzaron los problemas. Las quejas de las profesoras porque no terminaba la tarea, porque se despistaba y no sabía lo que había que hacer o, más adelante, porque no sabía la línea que le tocaba leer al hacer la lectura en voz alta. Sin embargo, no valoraban que había sido de las primeras en aprender a leer, que su entonación era impecable, que su letra era perfecta...
También empezaron los primeros rechazos por parte de sus iguales. Y ella era despistada, pero percibía esa incomprensión: niñas que no la dejaban jugar en su grupo, niños que siempre buscaban el error para burlarse, cumpleaños a los que ya no la invitaban, recreos paseando sola y deseando que se acabasen para volver a clase, dolores de barriga cada mañana antes de ir al colegio...
Conforme avanzaban los años, esta incomprensión se terminó convirtiendo en rechazo y acoso.
Era una niña que sólo necesitaba algo de cariño y lo que recibía eran burlas e insultos. Y ella se preguntaba por qué: ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Qué había defectuoso en ella? ¿Tendrían razón todos los que la insultaban y por eso no merecía la amistad de nadie?
Los cambios de colegio no sirvieron de nada. Tras un periodo inicial en el que parecía que “allí no iban a pasar esas cosas”, se volvía a dar lo mismo, ahora sumando el acoso por redes.
Y desapareció esa niña alegre y espontánea que había sido siempre para convertirse en una preadolescente triste e insegura.
Y empezamos nuestro periplo por psiquiatras y psicólogos en busca de ayuda para nuestra hija. En busca de una respuesta: que podría tener TEA...que no, que es TDAH y necesita medicación...que ahora se está autolesionando y también necesita antidepresivos... Nosotros sólo dábamos vueltas y vueltas buscando ayuda.
Pero ella seguía sufriendo, conseguía hacer amistades, pero no mantenerlas. Se refugiaba en la lectura y en el mundo de fantasía que le proporcionaban los libros de Harry Potter. Y, posteriormente, encontró refugio en el anime. Empezó a ser una experta en este tema, a querer hacerse fotos vestida como sus personajes favoritos y así descubrió el mundo del Cosplay, los salones del manga, empezó a conocer por redes sociales a gente con sus mismos gustos y a sentir que, quizás, había encontrado un sitio donde era comprendida.
Cuando llegó la pandemia de Covid y el confinamiento, las horas que dedicaba a estas redes sociales aumentaron drásticamente. Y empezó a tener conversaciones con otros Cosplayers que eran algo mayores que ella, utilizaban pelucas, tenían buenas fotos y muchos seguidores.
Pero me llamó la atención que estas chicas (porque en las fotos se veía que eran chicas) se ponían todas en el perfil de su bio “he/him” y, al mismo tiempo, ella me empezó a hablar de “el Adri”, “el Alex” o “el Brad”. Y yo, al ver sus fotos le decía: “¡pero si son chicas!”. Entonces ella se enfadaba muchísimo y me decía que no, que son chicos y hay que hablarles en masculino porque si no les estaba faltando al respeto.
Al mismo tiempo empezó a tener ataques de ansiedad, ataques de pánico, empeoró mucho de su depresión, se empeñó en cortarse el pelo, empezó a cambiar su forma de vestir, fue dejando poco a poco de maquillarse, comenzó a decir que ella nunca iba a querer tener hijos, que no le gustan los bebés, que odia tener la regla... Y entonces descubrí que también había puesto en su bio de Instagram “he/him” y cuando subía fotos todos los comentarios que le hacían eran dirigiéndose a ella en masculino.
Al preguntarle nos dijo que “soy un chico trans” y que lo sentía mucho por decepcionarnos, pero “sé que lo soy”.
Mi primera reacción fue de incredulidad, pero le dije que no se preocupase por nosotros, que la vamos a querer sea lo que sea, pero que estaba pasando una depresión muy seria y no estaba en condiciones de pensar con claridad ni de tomar decisiones de ese tipo. Le dije que sólo le pedía tiempo para pensar, que la prioridad era salir de esa depresión y que después ya se verá lo que es.
Pero ella ya tenía su decisión tomada y estaba decidida a seguir hacia delante con su cambio de nombre, de pronombre y de aspecto. Porque había encontrado en las redes sociales el apoyo que tanto necesitaba.
La psicóloga que la veía en aquel momento nos aconsejó que no le diéramos importancia, que estaba experimentando y que, para no hacerla sentir mal, empezáramos también nosotros a hablarle en masculino y por el nombre que ella había elegido.
Esto resultaba muy difícil para nosotros, de un día para otro, ¡a nuestra hija! ¿Cómo nos íbamos a dirigir a ella en masculino? ¿Qué sentido tenía si acababa de “descubrirlo”? ¿No iba todo muy rápido?
Lo intentamos durante unas semanas, pero nos resultaba imposible, empezamos a usar el neutro y a llamarla cariño por no usar su nombre. Hasta que nos dimos cuenta de que no tenía sentido que le siguiéramos la corriente cuando pensábamos que estaba equivocada.
Empezamos a reflexionar sobre el tema y a intentar buscar información para saber cómo podía ella haber llegado a esa conclusión cuando jamás había mostrado ningún tipo de disconformidad con el hecho de ser una chica.
Tras las primeras búsquedas infructuosas, encontramos al final de un artículo sobre la sexualidad en la adolescencia infinidad de comentarios de madres y padres que contaban que sus hijas de repente habían dicho que eran trans y, cuando hablaban de ellas, había tal cantidad de coincidencias con el carácter y los gustos de nuestra hija, que parecía que estaban describiendo nuestra situación. Y ahí lo vimos claro. Empezamos a tirar del hilo y, por suerte, uno de los comentarios recomendaba leer el libro “Un daño irreversible” de Abigail Shrier, que estaba a punto de salir en español, y otro comentario nos dirigía a una página web llamada “Amanda”.
A partir de entonces y, hasta ahora, nos hemos convertido en “expertos” sobre la Disforia de Género de Inicio Rápido, hemos pasado por periodos de mucha ansiedad, de depresión, de miedo, de sensación de luchar contra un enemigo invisible mucho más fuerte que nosotros y que nos estaba robando a nuestra hija.
Después de todo lo pasado junto a ella, después de todo lo sufrido, después de todos nuestros desvelos:
NO. Nos negamos. Nos negamos a que tenga que pasar por más sufrimiento, por hormonas, por operaciones, a que se tenga que hacer pasar por alguien que no es. No, hija. Tú no tienes nada que cambiar. Tú eres y siempre has sido perfecta. Encontraremos la manera de que algún día lo descubras. Y mientras tanto, aquí estaremos. Como siempre. A tu lado. Ayudándote a levantarte una vez más.