Jamás vieron a nuestra hija menor de edad, pero su diagnóstico estaba claro
Nosotros mientras tanto no veíamos ninguna mejoría en su comportamiento ni en sus relaciones
Mi hija, una adolescente inteligente y responsable de 17 años, nos sorprendió hace algo más de un año con una carta en la que nos comunicaba que era un “chico trans”. Hacía ya un tiempo que notábamos que estaba triste, aislada e irascible con nosotros, pero nunca hubiéramos imaginado esto, ya que jamás mostró ningún indicio o pista de nada parecido.
Nuestra historia comenzó al volver a España después de residir tres años en el extranjero. Aquellos tres años habían sido la mejor época de la vida de mi hija, por lo que su adaptación a un nuevo colegio aquí le resultó difícil. Al poco tiempo todo se le complicó aún más con la pandemia.
Ella, que hasta entonces había sido una buena estudiante, deportista, alegre y obediente, pasó a encerrarse en sí misma y a pasar horas delante del ordenador. Es cierto que estábamos preocupados, pero pensábamos que podría ser una fase adolescente que mejoraría con el final de la pandemia y la vuelta a la normalidad de las relaciones sociales.
Nuestra reacción inmediata tras esa carta fue consultar a amigos e incluso a unas familiares psicólogas. Todo lo que encontramos fue afirmación de su supuesto cambio. Incluso personas que apenas la conocían se atrevieron a decirnos frases hechas como “tienes que aprender a aceptar el duelo por tu hija y dar la bienvenida a tu nuevo hijo”. Todo esto acompañado de advertencias sobre el riesgo de suicidio. Nadie se puso en el lugar de unos padres devastados ante esta situación sobrevenida de la noche a la mañana.
Nuestras familiares nos pusieron en contacto con una unidad de género de referencia en España, con la que llegamos a consultar sin el conocimiento de mi hija. El discurso fue el mismo, incluso nos hicieron un calendario para comenzar de inmediato y durante el invierno conseguir que mi hija tuviera pronto una apariencia totalmente masculina. Jamás vieron a nuestra hija menor de edad, pero su diagnóstico estaba claro y nos dieron todo tipo de facilidades.
En todo este desconcierto llagamos a contratar a una psicóloga recomendada por la UG que desde el primer día trató a mi hija en masculino y se ofreció a acompañarla en su transición. Nosotros mientras tanto no veíamos ninguna mejoría en su comportamiento ni en sus relaciones.
Nuestra vida cambió cuando descubrimos el libro "un daño irreversible" de Abigail Shrier y el concepto de “Disforia de Género de Inicio Rápido”. En cada palabra que leíamos veíamos reflejado nuestro caso. Comprendimos cuál era nuestro problema y cambiamos totalmente el enfoque del asunto.
Pocos días después descubrimos la web de Amanda y pasamos a formar parte de la agrupación. Entonces éramos 10 madres en un grupo de Whatsapp, pero a día de hoy casi 300 familias pertenecen a este grupo.
En este punto, y con las ideas muy claras, escribimos una carta a mi hija en la que le expresábamos nuestro amor por ella, recordamos su infancia y le explicábamos que las consecuencias de la decisión que había tomado la convertirían en una enferma de por vida. Insistimos en que lo único que quieren unos padres son hijos sanos y felices y que lucharíamos juntos para conseguir que ella lo fuera, pero que no creíamos que las hormonas fueran la solución a sus problemas.
Leímos la carta juntos y en ese momento mi hija se desmoronó. Nos habló de sus problemas, la falta de amigos y aceptación, su vida feliz antes del traslado... Entonces le dijimos que comenzaríamos por todo eso que nos contaba y que luego ya veríamos si tocaba hablar de otras cosas, pero que ahora no era el momento.
Con ayuda de una nueva psicóloga y en unas cuantas sesiones mi hija le expresó que se había equivocado, y a día de hoy lleva una vida normal, con un nuevo grupo de amigos y esperando con ilusión la entrada en la universidad en septiembre. Nuestra relación con ella es estupenda y ha vuelto a ser la niña cariñosa que todos conocíamos.
Ella está feliz, pero yo he quedado marcada para siempre. Aún tengo pesadillas pensando en cómo hubiera terminado esta historia si hubiéramos seguido el camino al que nos empujaban todos. A día de hoy tendríamos una hija enferma por el tratamiento hormonal y esperando cita en cirugía para la amputación de sus pechos. Sin embargo, tenemos una hija sana y feliz con un futuro prometedor por delante.