Lloramos y sufrimos mucho. Puntualmente, porque luego yo siempre trataba de recuperar el vínculo con ella de mil maneras
Hace ya 9 meses que nuestra hija de 16 años nos dijo que se sentía chico trans. Su padre y yo nos quedamos helados. Sabíamos, porque ella nos lo había dicho un año antes, que es lesbiana, cosa que nos costó asumir, pero asumimos, como no podía ser de otra manera. Pero esto último fue como un mazazo. Y pensamos que lo debíamos asumir también. Ella nos pidió que, a partir de entonces, la empezáramos a llamar Axel, el nombre masculino que había elegido, y que la tratáramos en masculino.
Mi hija acababa de empezar bachillerato de artes plásticas. Siempre le había gustado dibujar. A menudo sus dibujos eran tétricos, muy góticos, de motivos oscuros, pero luego todo derivó hacia el anime o el manga. Siempre se le habían dado muy bien las matemáticas. Por eso, cuando nos dijo que quería hacer bachillerato de arte, fue un pequeño disgusto en casa, al ser nosotros, sus padres, de ciencias. En su instituto de secundaria nunca había encajado muy bien con la gente, pero, a los dos meses de entrar en el nuevo instituto a hacer bachillerato, ya tenía grupo de amigos (casi todas chicas) y se encontraba como pez en el agua. Una de sus amigas también se identifica como chico trans.
Ella es feliz en su entorno. Sale mucho con sus amigas (ella siempre dice amigos, en masculino), lleva ropa holgada de hombre, casi siempre negra. A veces se pinta las uñas de negro, lleva cadenas, colgantes y algún anillo. Realmente, a primera vista parece un chico, pero la voz la delata. Por eso quiere hormonarse con testosterona: para cambiar su voz a una voz más grave y para que le deje de venir la regla, cosa que odia, pero ¿quién no odia la regla?
Nosotros por amor empezamos afirmándola. Pensábamos que si la situación era así había que aceptarla. Pero enseguida, gracias a un artículo en el periódico, descubrí Amanda Familias. Y fue como si se abrieran los cielos. Descubrí lo que es la disforia de género de inicio rápido (DGIR) y que es más prudente no afirmar el proceso trans, sino dialogar con ella, intentar comprender lo que le pasa por la cabeza y esperar. Y también la importancia de contar con un psicólogo que conociera la DGIR y la tratara con una visión prudente. Eso hicimos.
Ahora mismo llevamos casi cuatro meses con una psicóloga idónea. Empezó muy prudente. Tanto que me lancé yo a cuestionar a mi hija y a discutir con ella fuertemente por el “tema trans”. Yo ya había leído mucho e intentaba rebatir sus argumentos, que sabía que le dictaban las redes sociales. Lloramos y sufrimos mucho. Puntualmente, porque luego yo siempre trataba de recuperar el vínculo con ella de mil maneras. Y lo lograba. El amor es lo más importante y siempre hay que tener más momentos felices que malos o difíciles, aunque estos sean necesarios. A veces discutimos toda la familia sobre el tema, mi hijo mayor también se involucra. Y eso que él la llama Axel muchas veces. Yo procuro no usar ni masculino ni femenino para hablar con ella, pero, ante la duda o la imposibilidad, siempre el femenino. Y su nombre verdadero. Ella resopla con disgusto cuando la llamo por su nombre.
Entre la psicóloga y nosotros, su familia, el resultado después de estos cuatro meses es que mi hija ya empieza a cuestionarse muchas cosas. Sigue empeñada en ser chico trans, pero ya conoce las consecuencias de hormonarse y empieza a verlo con algo de distancia. Para mí, el gran paso sería que empezase a aceptar su cuerpo y se empezase a querer. Creo que en cuatro meses algo se empieza a mover en su mente. Vamos pasito a pasito. Hay esperanza.