Nuestra hija está inmersa en una huida hacia delante, como tantas otras niñas, por contagio social
Empezó a definirse como no binaria y a hacer unos discursos sobre el género como si fuera una profesora de universidad.
Tenemos una hija maravillosa de 17 años. Muy buena, curiosa, con muchas ganas de aprender, trabajadora y muy querida por sus profesores, pero con pocos amigos y dificultad de relación entre sus iguales.
Ahora sabemos que es una niña de altas capacidades, con matrícula de honor en bachillerato, pero está muy sola.
De pequeña se disfrazaba, como muchas niñas, de princesa. Le encantaban los kimonos de japonesita o en Navidad iba de pastorcita o también de pastorcito, porque heredaba disfraces de su hermano mayor.
Si bien ha heredado mucha ropa de su hermano (somos una familia numerosa), de 6 a 14 años llevaba faldas de uniforme del colegio, y nos pedía pintarse las uñas o ponerse tacones. A nosotros no nos parecía la edad adecuada para esas cosas, así que no la dejábamos.
Ahora parece que se ha querido olvidar de todo eso y lo niega. Niega también que nos pidió apuntarla a ballet, niega que le gustara bailar con vestidos regionales…Es como si omitiera un pasado que, gracias a la evidencia de las fotos, es innegable.
Desde muy pequeña nunca tuvo amigas de verdad en el colegio. Por más que nosotros fomentábamos hacer fiestas en casa o invitar a sus compañeras a merendar, llevarlas y traerlas a los deportes colectivos de extraescolares, se alejaba en los recreos de sus iguales y con frecuencia prefería estar con un libro en el recreo que jugando con sus compañeras. Nunca acababa de encajar, aunque siempre ha participado en muchas actividades extraescolares, casi siempre entre niñas.
Con 14 años, cuando las demás empezaban a salir con chicos y en pandillas, ella iba metiéndose en el manga y el anime y a nosotros nos parecía bueno porque aprendía otro idioma que sería su cuarta lengua (el japonés) y no hacía nada malo (hablar de los personajes y las historias de manga). No salía de botellón ni de noche y eso nos resultaba muy cómodo como padres. Sus resultados académicos eran de sobresaliente. No encajaba con ningún grupo, así que se dedicaba a proteger a un par de chicas “diferentes” en el colegio y empezaba a aborrecer su centro educativo.
En cuarto de la ESO, con 15 años se fue un trimestre al extranjero con un móvil (su primer maldito móvil), con un mínimo control parental de contenido (aplicaciones autorizadas como YouTube, TikTok e Instagram) y un control de tiempo que garantizara su descanso nocturno.
Al volver de ese trimestre, es como si volviera otra persona. Se convirtió en alguien diferente a la que nosotros habíamos educado: proabortista, atea y calificando con mucha frecuencia muy despectivamente al género masculino. Como si casi todos los hombres fueran unos machistas y solo los “alternativos” (sobre todo los trans) fueran valiosos. El resto de la población masculina daban asco. Como si su hermano y todos los amigos de su hermano y su padre y casi todos los hombres fueran unos “acosadores” que solo piensan en mirar el culo y las tetas a las chicas.
Empezaba a hablar de “la Comunidad”, dándonos unos discursos como aprendidos. En repetidas ocasiones nos exponía casos de amigos (desconocidos para nosotros) que había que proteger porque los iban a echar de sus casas o les iban a dar una paliza porque salían del armario. Cada historia era más inverosímil, pero lo exponía con un enorme sentimiento y pena hacia todos aquellos que había que ayudar. Gran pena y sufrimiento. Nuestra casa se llenó de tristezas, amarguras, incomprensiones… UNA PESADILLA.
Con ganas de entender este nuevo mundo donde se había metido nuestra hija invitábamos a casa a todas estas nuevas niñas “trans” para conocerlas. Todas tenían el mismo perfil: niñas transicionando socialmente con mirada muy triste, pelos teñidos, amantes del cosplay y el manga y con mala relación con sus padres. Muchas se autolesionaban y varias habían cometido tentativas de suicidio.
Ya no quería ver a sus amigas de la infancia, ni frecuentar a las familias que la conocían de toda la vida. Empezó a salir mucho por lugares alternativos y con sus nuevas amigas alternativas. Pensábamos que era rebeldía contra los patrones en los que había sido educada, propia de la adolescencia.
Me hizo varias veces “numeritos” en las tiendas de ropa. Por ejemplo, cuando estaba para comprar ropa interior a su hermano, empezaba a decir bien fuerte en la tienda que ella también quería unos calzoncillos o se metía en los probadores masculinos y me llamaba para que fuera a verla vestida con pantalones de hombre que no le favorecían nada por motivos evidentes. Yo le explicaba que, al no tener el cuerpo de hombre no le quedaba bien pero que no me importaba comprarle pantalones en rebaja de hombre, si es lo que ella quería. Es como si no quisiera aceptar que tenía caderas y que el cuerpo de un hombre en el pantalón era diferente al de mujer. Las partes de arriba daba igual porque físicamente mi hija es grande y fuerte y siempre ha heredado ropa de su hermano.
Lo preocupante era la insistencia en meterse y hacerme meterme con ella en los probadores de hombre. Para mí no era nada agradable estar en esos probadores, pero para evitar el conflicto y por amor hacia ella, yo lo hacía, sin entender muy bien qué estaba pasando y si quería decirme algo o ir preparando el camino para decirnos algo. Era muy forzado, exagerado. Ahora sé que las redes les indican qué hacer con sus padres, y los animan a convertirse en personas trans.
A partir de entonces, fue muy difícil verla en bañador, yo pensaba que le molestaba verse con tantos pelos en las piernas y que le daba pereza ir a depilarse. En verano yo obligaba a cada uno de nuestros hijos a acompañar a su abuela dependiente a la playa y a ayudarla a meterse en el mar y ella terminaba haciéndolo, pero con pantalones vaqueros largos aguantando con ellos toda la mañana llena de sal y arena. Creí que era por los pelos de las piernas o quizá porque había engordado o pura rebeldía de adolescente. Ahora me pregunto si empezaba a rechazar su cuerpo con tantos videos de TikTok -el maldito TikTok- que les dicen lo mismo.
Empezó terapia con una psicóloga porque la veíamos infeliz y llorando con frecuencia y con mucha rabia y dolor profundo. La psicóloga nos dijo que tenía un sufrimiento interior y rencores contra su padre que cuando estuviera preparada y quisiera expondría. Nos dijo también que en el aspecto del género no le prestáramos más atención, que buscáramos la forma de darle a todo un poco de humor y quitarle importancia.
Nos pedía que le compráramos un binder solo para hacer cosplay y la psicóloga nos recomendó que lo hiciéramos con las condiciones de sólo usarlo en el disfraz. Decidimos que NO porque sabemos que nuestra hija es muy lista e intensa y sería motivo de conflicto continuo. Siguió insistiendo, pero dijimos que NO por su salud física y mental. Le explicamos todos los aspectos negativos físicos que podían venir por culpa del dichoso binder, así que debía tener claro que en casa no iba a entrar un binder, aunque se lo comprara con su dinero.
Empezó a definirse como no binaria y a hacer unos discursos sobre el género como si fuera una profesora de universidad. Seguía trayendo a casa a sus nuevos “amigues”, todas chicas que estaban transicionando socialmente y muy alejadas, según ella, de la compresión y el cariño de sus padres. A veces acababan durmiendo en nuestra casa, porque, según ella, sus padres las habían echado o estaban borrachos o estaban divorciados y no se entendían. Y con la pena y la pena, cada vez venían a comer o a dormir a nuestra casa más niñas trans con los pelos azules o blancos y con miradas todas hacia abajo…tristes…muy tristes…las miradas de todas…todas hablando muy bajito…
Yo no sé si son verdad o no estas historias, pero encontraba muy frecuentemente a mi hija llorando porque tal o tal otro amigo (chica trans) se iba a suicidar. Y había que ir corriendo a socorrerlos o hablar con ellos por Instagram o venían a casa a ser consoladas todas estas chicas con caritas y voz de niñas, pero vestidas de niños que pedían que nos dirigiéramos a ellas en género masculino y con su nuevo nombre.
La cambiamos, como ella nos había pedido, de centro educativo a los 15 años esperando que encontrara su equilibrio. Pensábamos que sería más feliz y haría más amigos en el nuevo centro (¡son 150 chicos en su curso y casi 2.000 alumnos en el centro!). Pero lleva ya dos años y no ha hecho amigos, no sale con nadie. Sigue sin encajar tampoco en este centro nuevo, aunque es muy valorada por su inteligencia, oratoria, y el tutor nos dice que en los recreos se mete a estudiar en la biblioteca, cosa que no nos gusta porque creemos que tiene que saber hacer amigos reales: amigos que no sean de las redes y estén detrás de una pantalla, AMIGOS A LOS QUE ABRAZAR, MIRAR A LOS OJOS, TOCAR Y OLER y como no los encuentra en su curso dice que no quiere perder el tiempo con ellos.
He llegado a odiar el dichoso Instagram porque si bien ella no publica sus fotos, sigue a cientos de desconocidos que la van adoctrinando y ella sigue sus consejos. Su alto nivel de inglés le aleja de su realidad local y busca detrás de la pantalla gente alternativa con la cual identificarse que le aconsejan alejarse de su familia porque no aceptan usar el género masculino y llamarla por su nuevo nombre y aceptar ese discurso, que le anima a la transición.
Por culpa de las dichosas redes (Instagram y TikTok) cuando iba a cumplir 17 años inició un proceso de transición social: se cortó el pelo como un niño, vistiendo como un niño, imponiendo que se dirigieran a ella en género masculino y se cambió de nombre en todos los sitios que pudo. Llegó a convencerme a mí, como madre, de que todos sus problemas eran porque nunca fue ELLA, sino que siempre fue ÉL … de que nunca se sintió cómoda con ser mujer y que su nombre no la representa …y que ahora ella tiene que ser real con ella y que ese nombre con el que nosotros la registramos nunca existió (le llaman un “dead name” y ella se ha inventado un nuevo nombre (seguramente sacado de personaje de manga) y lo impone en todos sitios.
Me pedía, por favor y llorando, que ella no quería acabar autolesionándose (o suicidándose) como todas esas amigas trans a causa de no ser comprendidas por sus padres. Así que yo tenía que aceptarla con su NUEVO PERSONAJE-NOMBRE y acompañarla con amor en su transición, y que ella la pararía donde quisiera o se sintiera cómoda en un camino largo y sin prisas, poco a poco. Yo me lo creí todo, lloré con ella y la creí con todo mi corazón. Fue mi marido (que se opuso rotundamente), el libro de “UN DAÑO IRREVERSIBLE” de Abigail Shrier y la AGRUPACION AMANDA que me han abierto los ojos sobre lo que está ocurriendo: nuestra hija está inmersa en una huida hacia delante, como tantas otras niñas, por contagio social.
Como padres estamos muy orgullosos de ella: buena niña, sensible, educada en valores, trabajadora, inteligente, colabora con las tareas de casa, responsable, ordenada… En fin, una niña linda por fuera y por dentro.
También como padres odiamos Instagram y TikTok y a los dichosos Youtubers que han metido a nuestra hija en este mundo (por eso, desde hace unos meses nuestra hija no tiene acceso a estas redes que tanto daño han hecho a nuestra familia)
Ella, con lo testaruda e inteligente que es, intentará convencer a cualquier terapeuta o médico de que nació en un cuerpo equivocado. Estamos muy preocupados con todo esto y necesitamos mucha ayuda. No perdonaremos y perseguiremos de por vida a cualquier profesional que prescriba hormonas a nuestra hija o le mutile su cuerpo. Los expertos en neurología dicen que el cerebro no se desarrolla plenamente hasta los 26 años, ¿cómo se les permite tomar decisiones irreversibles antes?